lunes, 7 de julio de 2008

El delito

El sábado por la mañana, cuando el sol comenzaba a calentar la madera de las persianas, preparé el desayuno para mi huésped de fin de semana. Como si de una operación a corazón abierto se tratase, cuidé meticulosamente cada detalle; tan perfecta fue la composición sobre la bandeja de oro, que ni siquiera poniéndole veneno de amor al café podía desatar el tierno cariño que desaté. Luego de que el vibráfono de Milt Jackson empezara a sonar, me senté al borde de la cama, y con una caricia sobre el vientre y un beso sobre el cuero cabelludo, desperté a la niña que ocupaba mi tálamo de nadie.