miércoles, 21 de enero de 2009

10

Surgió como el ave fénix desde las cenizas de la pobreza absoluta y trascendió por encima de las clases sociales, las diferencias raciales, las fronteras y el tiempo...
Al día de hoy el fanatismo que despierta en sus adeptos es algo único e indescriptible, al punto tal de ser proclamado por ellos como un Dios. Esta honra y veneración popular revolucionaria naturalmente divide las aguas, como en todo acto revolucionario; ahora bien ¿Quien tiene derecho a desmentir su santidad cuando devotos del mundo entero lo proclamaron como tal? ¿Quien puede predicar en su contra cuando sus discípulos presenciaron el milagro mismo en el momento que su mano brilló en el firmamento, como una extensión de su alma, de su aura, acto trascendental de amor supremo e inmensurable valor? ¿Quien se atreve a criticar cuando la adoración incondicional de sus fieles va más allá que el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo?
Es, cuanto menos para sus creyentes, un santo que descendió a la tierra, poseedor del don de la alegría, la pasión y hasta la sanación; un ser superior que está más allá de cualquier tipo de cuestionamiento.