miércoles, 10 de junio de 2009

La Ceremonia

En su petrífica quietud tronal la dama desdeña el movimiento evidenciando el temor a ser desplazada: dos solapadas bestias están a su disposición, atentas... ¡Oyen la orden! La más salvaje ataca desapaciblemente, pero una joven, inocente, inconsciente, acaricia su boca domándola, mansa se entrega al suceso; al mismo tiempo, la otra subyugada, pequeña y repugnante alimaña, arremete de modo imprevisto a quien vive, quien lo tuvo todo y no tuvo nada, quien no tiene nada y lo tiene todo; extirpa de modo incisivo el glande del beatífico, pero él jamás cesa su paso.
La dama no entiende que la belleza y el altruismo son la gloriosa transmutación alquímica, el alfa y el omega que dan vida a un estado en el que ella, en su oscura naturaleza, no logra trascender.

¡La Casa Dios está de celebración! Desde el exterior se oye un crescendo melismático atronador, un desbordamiento auditivo que agrieta la cúspide y expulsa desde lo alto a quienes no abren la carne al fuego divino. El calor de un nuevo sol naciente se percibe desde el interior de la torre.