viernes, 26 de septiembre de 2008

Raquel

Camina por la acera tomando la mano de su sombra, su mano por delante, embebida -aunque dos- en la burbuja de una inocente pretensión de idealismo donde yacen los recuerdos: la cama y los gatos, los sucios trenes y un barrio que se quedó en el tiempo, la playa privada usada como hotel en la locura absoluta del desconcierto, la música de nadie. Esas horas interminables sentada en la nada con el corazón helado, sintiendo como un gélido torbellino del pasado se materializa de manera asombrosa con cada lágrima que cae. Entonces el semáforo de la avenida despabila al gigante que habita en su pequeño cuerpo y esos segundos interminables, poco más de media cuadra bajo otro sol que no es cual brilla, quedan ausentes con un poquito de autoridad... Besa a la sombra. Ninguna de sus cavilaciones se reflejan en su rostro.