lunes, 24 de noviembre de 2008

Hijo de puta

Mi apartamento se sitúa en un edificio de dos torres.
La primera con vista a la calle que prácticamente funciona como geriátrico, aunque deduje que entre tanta vejez viven al menos dos jovencitas atractivas que me saludan con una sonrisa cuando nos cruzamos por el hall de entrada; también una pareja de homosexuales que sobrepasan los sesenta años bastante simpaticones y unos chicos modernos indiferentes, como todos los chicos.
La segunda torre, interna, ya es otro cantar: predominan las estudiantes con alto grado de colesterol y stress universitario, también hay un puñado de extranjeros que se amontonan en un mono ambiente, un rasta squad en el quinto, mi amigo el pianista del segundo y alguna vieja demente... Las malas lenguas, naturalmente me refiero a los porteros, aseguran que el propietario del tercer piso de esta torre es narcotraficante -según ellos no hay otra razón para que tenga el plasma de cincuenta y pico de pulgadas, el home theater, los equipos de audio y tantos otros lujos de media gama china-; la portera dejó claro, aunque entrelineas, que en medio de tanta mafia y gente de mal vivir, hasta existió el asesinato ¡Escalofriante! En esta torre es donde está mi apartamento: piso 9 letra G de Google, cual comparto con Marcia, la gatita.
Cuándo me mudé inmediatamente me di cuenta que la cosa con esta gente no iba a funcionar; sepan entender, no me refiero ni a las prostitutas, ni a los homosexuales, ni a los extranjeros, con quienes me siento de cierta forma afín; hablo de la gente bien. Yo no soy gente bien ¿Que esperaban? Y no me equivoqué.
El primer día la portera me dijo que era un hijo de puta por ensuciar el ascensor con la bicicleta, el segundo una vieja de la torre uno me cerró la puerta de entrada con llave en la cara y me clavó una mirada altanera muy desagradable -como diciéndome acá no, hijo de puta-, ya el tercer día el portero me negó el saludo porque no le gusta mi cara y por ser un hijo de puta que por la noche no deja dormir a las gorditas de al lado que tienen el sueño difícil. El tema está bastante áspero...
Sin ir más lejos hoy lunes ¡Malditos lunes! Cuando salía retrasado hacia el trabajo, me topé en el hall con la inquilina del 8-G -está rica, pero le hace falta sexo, lo noté en su mirada- me preguntó si yo era el mal educado del noveno, le dije que si, me dijo que estaba juntando firmas en mi contra, le dije que me parecía bien que haga valer su alquiler como yo hago valer mis expensas. Su ira se centraba particularmente en la fiesta que hice el viernes pasado hasta el mediodía del sábado: música, baile, alcohol, marihuana, pastillas, cocaína y asesinato; estuvo increíble, pero en medio del ritual, a eso de las seis de la mañana, mi vecinita subió en pijama a decirme que baje la música, que me rescatara, en fin, que era un hijo de puta. Cuando la vi me arrepentí de no haber hecho un pijama party.