miércoles, 16 de junio de 2004

Sabias y sucias palabras

Volvía borracho de algún lugar, hacía frió de ese que corta la piel y humedad de esa que agobia el alma.
Siempre dije que el alcohol no era excusa de nada. Es mas, no me caen muy bien los alcohólicos. Esa noche me encontré con un tipo que olía a vomito y cuero quemado... Un alcohólico. Me pregunto si tenia fuego, busque dentro del saco y encontré mi querido encendedor de plata; lo abrí, lo chasqueé y el viejo me lo quito de las manos. Me miro fijamente (Dios ¡Como dolía su mirada!) Y gritó -¡Ey! Que no me lo voy a quedar. Encendió un cigarro de marihuana. Cerró el encendedor y me lo lanzó con bastante precisión cerca del pecho.
La verdad que me moría por darle una calada a su cigarro, pero el tipo era verdaderamente intimidante.
Me dí media vuelta y cuando estaba por dar un primer paso, sentí una mano en mi hombro y una dulce nube de humo sobre mi cabeza. El corazón se me aceleró, y el hombre me dijo entre balbuceos: -¿Quieres una calada?, -Bueno, le dije. Le dí una bocanada bastante soberbia. Era muy bueno lo que estaba fumando... Decidí darle una segunda calada aun más exuberante que la anterior y le devolví el cigarro. Me miro nuevamente con esa mirada de hielo seco y me dijo: -¿Sabes? Me recuerdas a mí cuando era joven.
Esa noche cambió drásticamente mi vida. Esas palabras fueron el más sabio consejo que jamás nadie supo darme.